Acabo de llegar a casa, después de haber pasado el fin de semana en la Sierra de Gredos; con el dulce recuerdo de haberme sentido querida y arropada por un grupo de amigos y la dulce brisa del aire puro de la sierra en mi cara.No ha sido un viaje de turismo, aunque se respeto el programa de una manera escrupulosa, dado que nuestros guías conocen la zona perfectamente.
No ha sido un reunión de amigos que quedan para pasar un fin de semana, aunque comimos y cenamos suculentos manjares en lugares idílicos.
¿Qué ha sido? Muy simple un grupo de personas, que conocemos el dolor, y solo queríamos hacernos felices unos a otros. Desde luego hemos contado con unos anfitriones excepcionales, que quisieron obsequiarnos con lo mejor de ellos mismos; nos dieron hospitalidad y nos mostraron sus casas con esa sencillez de castellanos, como diciéndonos «es mi casa, pero quiero que disfrutéis de ella».
En la casa de Marisa y Fernando, en Cuevas del Valle; las impresionantes hortensias, de color malva azulado, cuidadas con un esmero especial por Florita, madre de Fernando; señora de noventa y dos años que quiso acompañarnos, con su dulce sonrisa durante todo el viaje Fernando mostrando su simple, pero eficaz sistema de riego por arquetas, su fructífero huerto, sus enormes árboles frutales: el castaño; el cerezo, que no había recogido parte de su fruto para que pudiéramos deleitarnos con las cerezas recién cortadas; un pequeño peral, que me asombro por la cantidad de peras que había en sus ramas, pesaban tanto que las pobres ramas llegaban casi al suelo, la escena me hizo recordar; una cerda preñada a punto de parir que lentamente arrastra las ubres. Desayunar en la terraza un cueco de cerezas con la vista del pueblo a la falda de la sierra , es un recuerdo que me acompañara mucho tiempo; la barbacoa a la luz de la luna y acompañada por el incomparable susurro del riachuelo que borde la casa, las exquisitas tartas de Marisa, Fernando gracia por lavarme el coche. A los dos gracias.
En casa de Sara y Aniano, en Hoyo del Espino; todo era distinto, Sara se ha encargado de recuperar, con el amor y esfuerzo que conlleva, todo el mobiliario de sus padres, me encontré como en la casa de mis padres cuando era pequeña, las camas de níquel, los armarios de madera, perfectamente restaurados, la cómoda envejecida, los techos de artesonado; similar a la casa que tenemos en mi pueblo, incluido el corral y las puertas carreteras. Aniano, me mostro su preocupación por unas enormes vigas de madera, que sujetan el tejado y que tiene que apuntalar porque corre el riesgo de que se caiga una parte. Comimos una sabrosa paella, por si fuera poco teníamos que probar el exquisito chuletón de Ávila, otra prueba más de querernos dar todo. ¡Qué buena gente sois! Gracias.
Vaya, casi se me olvida el viaje; visitamos el Barranco de las cinco villas, paseamos por sus pueblos: Cuevas del Vale, de callejuelas estrechas y balcones engalanados de flores de todas las especies y colores; Mombeltran, con su castillo de cuatro solidas torres, que muestra el exuberante poderío de los feudales en la edad media; Santa Cruz; San Esteban; Villarejo con su monumento a la cabra. Todos estos pueblos tienen en común, un riachuelo que los arrulla con su sonido y el «rollo» monumento monolítico de forma cilíndrica y terminado en cuatro o cinco brazos. Visitamos el parador de turismo en un enclave privilegiado, vistas impresionantes; el salón de Ponentes testigo de un acontecimiento tan importante, como fue la firma de la constitución española. También estuvimos en el Puente del Duque; en la plataforma, lugar de partida para la Laguna de Gredos.
Vivimos la trashumancia en directo, cientos de vacas con sus ternerillos, procedentes de las dehesas de Extremadura y Castilla y León, buscando los verdes pastos de Gredos, atravesaban delante de nuestros ojos La Cañada Real para llegar al Puerto del Pico, que aun sigue siendo calzada romana; donde permanecen el verano y parte del otoño para regresar, bastante mejoradas, a las dehesas, allá por los meses de noviembre o diciembre.
Regresamos a Madrid todos un poco más felices, queriéndonos un poco más, porque conocemos un poco más a: Cristina, Aritna, Sonia, María, Beatriz, Cristian y Santiago, que es lo que nos une como grupo y son nuestro dolor y amor constante.
Mª Angeles Esperanza