El sentimiento de soledad ha doblado su incidencia tras la pandemia, pasando de un 5,2 % de españoles a un 11% que verbalizan haberse sentido solos de un modo grave según el Informe España. Una incidencia que se dobla cuando hablamos de población joven. Que paradójicamente es la más conectada a las redes sociales y al mundo virtual. Por tanto podemos estar hablando de la enfermedad silenciada de esta nueva era que no deja de crecer.
El sentimiento de soledad es una de las señas de identidad del Trastorno límite de personalidad y se presenta de manera diferente que en la población general ya que va muy de la mano con el miedo al abandono.
Hablamos de un profundo malestar que se presenta a veces en períodos muy cortos de tiempo. Como cuando la persona con la que conviven baja la basura o va a por el pan. Son momentos en los que se encuentran rodeados de gente, pero están sintiendo que no encajan, que no son admitidos por el grupo. O que son ignorados o momentos de inseguridad en los que temen ser abandonados y lo viven como tal.
Este temor les hace especialmente frágiles y vulnerables. Y hace que estímulos aparentemente neutros como que su pareja les diga que tiene una cena de trabajo, haga que se activen señales de alerta y lo vivan como algo amenazante. Esto a su vez puede generar reacciones desproporcionadas en la persona. Como por ejemplo recurrir a conductas de riesgo sin pararse a pensar en las consecuencias o recurrir a conductas compensatorias o evasivas.
Tal y como planteaba Otto Kernberg, el miedo al abandono está relacionado con la incapacidad que tienen estas personas de desarrollar un sentido interno de los demás que sea consistente. Y también permanente, por lo que sería necesario que estas personas en un primer momento necesiten una figura de sostén. Esta figura debe aportarles cierta seguridad en el mundo, lo que significa una figura de apego seguro.
A partir de ahí habría que trabajar en la propia autonomía e independencia de la persona. Aprendiendo a vivir a las personas del entorno como consistentes y permanentes (aquellas que lo sean). Y diferenciando de las que no lo son, pero construyendo una identidad y un proyecto de sí mismo basado exclusivamente en esto y no en el otro.
Para esto es importante trabajar en las habilidades sociales de la persona. Así como en la búsqueda de espacios de seguridad. O en contextos diferenciados (trabajo, ocio, deporte) donde poder establecer dichas relaciones. Aprender a diferenciar entre relaciones sanas y funcionales de las que no lo son y a individualizar cada relación estableciendo un balance entre lo que obtengo y lo que me exige.